La obra se enmarca en una abstracción lírica cargada de simbolismo espiritual y evocaciones metafísicas. El artista nos orienta hacia una lectura más profunda de la realidad, donde lo visible funciona como umbral hacia lo invisible.

Su lenguaje plástico se aleja de lo geométrico y se aproxima a lo musical, a lo orgánico, buscando una unidad sensible entre color, forma y vibración emocional. Como Kandinsky o Klee, Barragán intenta “hacer visible lo invisible”, explorando dimensiones que trascienden el tiempo y el espacio.

En sus pinturas, lo simbólico emerge de lo cotidiano para conectar con una espiritualidad primigenia. Figuras como navíos vikingos o grafismos abstractos se desprenden de su sentido literal para convertirse en emblemas de un viaje interior, un peregrinaje cósmico hacia el centro del ser. La obra de Barragán no se impone, sino que sugiere; no ilustra, sino que evoca. Es una invitación a la contemplación silenciosa y a la intuición de una realidad interconectada donde lo terrestre, lo vegetal y lo animal dialogan en una gran sinfonía cósmica.